– «Los primeros en morir deberían ser los descreídos. Esos que han presumido tanto de ser ateos. Esos», exclamó lleno de ira.
– «¿Por qué piensa eso, padre?», preguntó ella.
– «Pues por pura justicia poética», contestó. «Quisiera verles ahora, rezando como beatas para que el meteorito no vuele por los aires el planeta. A buenas horas rezáis. ¡Vosotros seréis los primeros en arder!»
– «Pero, padre, ¿todavía cree usted que esto es un castigo de Dios?»
Padre e hija, sentados en el mirador, esperando el inminente estallido, quedaron en silencio un instante. Luego, ella volvió a hablar.
– «Padre, ¿usted no tiene miedo?»
– «Mucho, hija». Y rompió a llorar justo antes de que todo se llenara de luz.