
Ahora golpearé la tumba con los nudillos; ya sabes, un golpe intenso y dos suaves. Otro intenso y otros dos suaves. Así, hasta ocho veces. Y, aunque ellos no lo sepan, las lágrimas de los que me acompañan empezarán a sonar como suenan las palmas sordas que marcan un compás.
Abrirán la losa y tú, con tu falda meciéndose en cada uno de los acentos de la rumba que estarás bailando solamente para mí, me darás la bienvenida de nuevo a tu lado. Y, aunque ellos no lo sepan, estaremos celebrando que, por fin, nuestra historia será eterna.