
Flotando en el pantano, boca abajo y con la camiseta abultada, el cuerpo de su mellizo parecía uno de esos nenúfares que se desplazan lentamente sobre el agua. Mientras, ella, sentada en la orilla, empapada y aún sofocada por el esfuerzo, se había quitado los zapatos y escurría con las dos manos uno de sus calcetines. Podía recordar perfectamente a la señorita Benilda, con ese lenguaje tan enrevesado que utilizaba, explicándoles en clase que las ninfeáceas, a pesar de su belleza, están consideradas especies invasoras en determinados ecosistemas. El problema, ahora, era encontrar la manera de convencer a sus padres para quedarse con la habitación de su hermano.